La teoría del iceberg de Hemingway, el arte de insinuar

Uno de los errores más habituales en literatura, tanto en quienes empiezan a escribir como en autores ya asentados, es sobreexplicar el mundo en el que se desarrolla la historia. Una buena descripción no es necesariamente una extensa descripción, ni contar todos los detalles es siempre ser minucioso. El escritor debe crear todo el universo en el que se desarrolla la acción y se mueven sus personajes, pero ese universo no tiene por qué ser mostrado de manera explícita al lector. A veces menos es más, e insinuar en lugar de mostrar puede ser una experiencia mucho más completa que mostrar y aburrir al lector. A esta teoría literaria que definió Ernest Hemingway (1899-1961) hoy en día la conocemos como teoría del Iceberg o teoría de la omisión, y es para mí una de las mejores ideas que hay a la hora de crear y componer una historia escrita, ya sea una novela, una novela corta o un relato/microrrelato.

A veces menos es más, e insinuar en lugar de mostrar puede ser una experiencia mucho más completa que mostrar y aburrir al lector.

Pero primero hablemos de quién fue Ernest Hemingway. Estamos hablando de un escritor norteamericano del s. XX en el que es muy difícil separar al genio de las letras de la persona. Su carrera literaria comenzó en 1923, cuando aún no había cumplido los 25 años, y llegó a ganar 2 de los premios más importantes de la literatura a nivel mundial: el Premio Pulitzer (1953) y el Premio Nobel (1954). Periodista de profesión, la obra de Hemingway tiene para mí dos características principales: la sencillez de su prosa, que le permitía llegar con facilidad a sus lectores; y una clara componente autobiográfica, que además de llevarle a hablar de cosas que conocía, gracias a lo cual nosotros podemos hacer un recorrido por su vida utilizando sus novelas como hilo conductor. Participó en la I Guerra Mundial como conductor de ambulancia y fue herido en el conflicto, como le sucede al protagonista de Adiós a las armas; vivió en París en el periodo de entreguerras, donde formó parte de la Generación Perdida y desde donde viajó a los Sanfermines de Pamplona, al igual que el protagonista de Fiesta; participó en la Guerra Civil Española, como el protagonista de Por quién doblan las campanas; e incluso se fue a vivir a Cuba durante un tiempo, isla en la que se desarrolla El viejo y el mar, obra que además gira sobre una de sus grandes pasiones: la pesca.

Podemos hacer un recorrido por su vida (de Hemingway) utilizando sus novelas como hilo conductor.

Saber qué se quiere contar y cómo contarlo no es fácil; requiere de experiencia por un lado y de cierta clarividencia por otro. Por eso la obra de Hemingway es tan autobiográfica, porque él escribía de cosas que conocía, y nada mejor que mirar a tu propia vida y utilizar tus propias vivencias para escribir sobre lo que conocemos. Como él mismo dijo en Muerte en la tarde, un libro que escribió sobre las corridas de toros (de las que era un enamorado), «si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una impresión tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado». Esa idea de omitir para no sobreexplicar, de saber hasta dónde contar y a partir de dónde dejar a la imaginación, me parece muy importante a la hora de componer historias. Y esa es la idea principal que subyace en la teoría del Iceberg, en la que la expresión «el conocimiento es poder» adquiere un nuevo significado. Porque cuando sabemos de lo que hablamos siempre podemos saber cómo controlar la información que queremos dar.

Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una impresión tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado.

Ernest Hemingway

Ernest Hemingway es uno de los grandes autores del s. XX y su teoría del Iceberg (o de la Omisión) es para mí una de las mejores ideas a la hora de componer un relato. Controlar lo que contamos y lo que dejamos al aire creo que es fundamental para evitar las lesivas sobreexplicaciones, que con tanta facilidad pueden llegar a arruinar una buena historia. Y es que en el mundo literario se cumple una máxima que también es muy importante en otros ámbitos; porque sí, a veces es cierto eso que menos es más, la gran idea que subyace en la teoría del Iceberg, de la que hoy os quería hablar.

*Fotografía de un iceberg en Cabo York (Groenlandia) obtenida de wikipedia.org.

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